Si hay en la fotografía una fuerza invisible, si en ella existe algo atribuible al orden de la gravedad absoluta -y es precisamente en lo que este libro quisiera insistir-, es exactamente esto, que en la fotografía no podemos pensar en la imagen aislada, desmembrada del acto que la ha hecho surgir. La fotografía no es sólo una imagen (el producto de una técnica y de una acción, el resultado de una hacer y de un saber hacer, una imagen de papel que se mira sencillamente en su soporte de objeto terminado), es también, y de modo especial, un verdadero acto icónico, una imagen si se prefiere, pero trabajando, algo que no se puede concebir sin sus circunstancias, sin el juego que la anima, sin haber hecho literalmente la prueba: algo que es a la vez y consustancialmente una imagen-acto. La fotografía, en definitiva, como inseparable de todo su enunciado, como experiencia de imagen, como objeto totalmente pragmático. De aquí se deduce hasta qué punto este medio mecánico, óptico-químico, supuestamente objetivo, del que a veces se ha dicho en el plano filosófico que se efectúa sin el concurso humano, implica ontológicamente la cuestión del sujeto, y más concretamente del sujeto en acción.