Si como dice Harold Bloom la única forma de referirse a un poema es por medio del lenguaje poético mismo, estos ensayos de Reynaldo Jiménez procuran esa misma inmanencia. No padecen la mediación de la distancia crítica sino que hablan desde y por el mismo registro expansivo de los textos que tratan. Acercarse a una obra sería aprovecharse de su vaivén nutricio para crear instancias de diálogo, de reflexión y principalmente de nuevos movimientos que se ponen en marcha a través de todo lo que se trans-fiere. En este sentido, son textos del amor fati de Jiménez a determinados poetas; como alimento para seguir creando y como alquimia desde la cual decir lo suyo propio.
A través de sus casi cuatrocientas páginas El Cóncavo dialoga con obras como la de Aldo Pellegrini, Emilio Adolfo Westphalen, César Moro, Alberto Hidalgo, Miguel Ángel Bustos, Jacobo Fijman, Gamaliel Churata, Francisco Bendezú, y otros poetas sudamericanos de tinte surrealista, aunque es justamente esta etiqueta la que el libro nos insta a repensar. En lugar de hablar de surrealismo asociado al movimiento surgido en Francia a mediados de los años veinte y que carga con sobreentendidos y clishés diversos- Jiménez amplifica el concepto y llama superrealismo a esa práctica que más que procurar una otra realidad, daría cuenta del carácter expansivo, vertiginoso e irreductible de lo real mismo. El superrealismo cultiva líneas de fuga, no en cuanto evasión de la realidad sino en cuánto a posibilidad de movimiento fuera del panóptico haz de la mentalidad. Por sobre lo referencial y auto-expresivo esta poesía encarna la multidimensionalidad de la experiencia.