Se sabe que lo más significativo del surrealismo no fue tanto las obras que dejó como su impacto sobre quienes escribieron en la estela que había dejado al extinguirse. El aliento y la sospecha surrealista, su espíritu libertario, si no necesariamente su mecanicismo y su parafernalia de autómatas o cadáveres exquisitos, resultaron productivos para muchos escritores y poetas, entre los que puede ubicarse también al norteamericano Mark Strand. Surrealismo mezclado por momentos con un realismo de grandes lienzos urbanos y suburbanos, como en una película de David Lynch. Hay acá paisajes a la vez familiares y extraños, puertos con un barco que está a siempre a punto de zarpar hacia un destino incierto, grandes rutas que atraviesan valles en los que se oxidan caballos de hierro, ciudades de posguerra a la luz de la luna. La luz de los poemas de Mark Strand es siempre crepuscular o nocturna, y a esa luz se pasean, como sonámbulos, los personajes de esta gran novela múltiple que es su poesía. Como en una novela, está la promesa de un sentido que podría revelarse en cualquier momento, aunque al final, siempre, se termina escabullendo. Y seguimos leyendo como quien sigue de viaje, detrás de eso que se escabulle de poema en poema. Nadie se da cuenta, pero la poesía de nuestro tiempo se está convirtiendo lentamente en la poesía del futuro. Leyendo a Mark Strand de repente podemos tener esa sensación.