¿Podemos reírnos aún de Silvio Berlusconi, de Dominique Strauss-Kahn, de Nicolas Sarkozy, de Carla Bruni, de Marine Le Pen, de Brigitte Bardot, de François Hollande, de Gérard Depardieu, de Michel Houellebecq? ¿Del gasto armamentístico, de los accidentes de tráfico, del dopaje, del burka, de los sin techo, de los suicidios, de la eutranasia, de los chinos, de la pedofilia, de Dios, de las religiones, del terrorismo? En este libro, Cabu, que fue víctima de la misma libertad de expresión que defendió hasta el último minuto, pone de manifiesto que no solo se puede sino que seguramente es nuestro deber hacerlo. «No hay que poner límites al humor, que está al servicio de la libertad de expresión, porque donde el humos se detiene, el espacio que deja libre lo ocupan con frecuencia la censura o la autocensura. Ni las religiones y sus integristas, ni las ideologías y sus militantes, ni las gentes de orden y sus prejuicios han de poner obstáculos al derecho a la caricatura, aunque sea excesiva.»