La alcancía del cerdito vivió una larga vida en mi cuarto. A lo largo de los años, cualquier persona que la alzara y la sacudiera podía escuchar sólo una moneda en su interior: era la moneda que le fue depositada el día que nos conocimos. Conforme seguí creciendo, continué tragándome mis lágrimas. Incluso ahora, más de cuarenta y cinco años después, aún no he aprendido a llorar, pero si alguien se tomara la molestia de alzarme y sacudirme, les prometo que no escucharían ni siquiera el repiqueteo de una sola moneda de tristeza. Porque desde muy temprano en la vida descubrí un truco que me ayuda a despojarme de todas las decepciones y miedos que se acumulan en mi interior sin necesidad de romperme en pedazos. El truco se llama escritura. -Etgar Keret.