A lo largo de su vida, Salvador Novo (1904-1974) irrita y fascina por la provocación y deslumbra por el talento, alarma por la conducta y tranquiliza con el ingenio, perturba por su don para el escándalo y divierte al añadir el escándalo al show de la personalidad única. Y sólo después de su muerte se ad- vierte la calidad del conjunto. En el México que le toca vivir, Novo, ciertamente, no es ejemplar. Y como ningún otro de los homosexuales, sus semejantes, está al tanto de la estrategia de resistencia: de no acentuar rasgos de la conducta (inevitable), al tiempo de un trabajo incesante, se le ubicará como un ser meramente ridículo, un fenómeno menospreciable. Por eso, subraya la singularidad y alienta las murmuraciones y el morbo. En los albores de la modernidad urbana, Novo va a los extremos y, a contrario sensu, obtiene el espacio de seguridad indispensable en la época en que los prejuicios morales son el único juicio concebible. Lo que su comportamiento le niega, su destreza lo consigue, y por eso Novo desprende de su orientación sexual prácticas estéticas, estratagemas para decir la verdad, desafíos de gesto y escritura. Como en muy pocos casos, en el suyo es perfecta la unidad entre persona y literatura, entre frivolidad y lecciones-de-abismo, entre operaciones de sobrevivencia anímica y decisión de sacrificar la Gran Obra (para la que se halla especialmente dotado) por el placer de verse a sí mismo, el expulsado, el agredido, en el rol de gran espejo colectivo, no el principal, de ninguna manera el último.