Si aceptamos que la integridad de un individuo, una comunidad, una nación depende de la memoria esa capacidad de registrar, conservar y reproducir hechos propios y ajenos, es imposible frenar la acción persistente del pasado en el presente. En América Latina, el terrorismo de estado hizo estragos: secuestro y desaparición de personas, exilios forzados, tortura y persecución política. ¿Cómo forjar la memoria colectiva sin pretender un uso neutro, sin acelerar los duelos, sin autoengaños groseros?
La reconstrucción democrática fue sostenida por una recuperación discursiva. De pronto, las víctimas tenían la palabra, daban testimonio del sufrimiento infligido por un estado terrorista, y sus relatos, configurados como terribles autobiografías, funcionaron como prueba. Para enriquecer la discusión sobre los usos del pasado, Beatriz Sarlo, una de las ensayistas más lúcidas del pensamiento argentino, explora los límites del relato subjetivo exigido por una industria de la memoria interesada y una sociedad poco autocrítica.
Tiempo pasado examina la experiencia personal como argumento de verdad y, en una época saturada de informaciones y documentos sobre la crueldad sufrida en carne propia, reivindica el valor de la teoría y la reflexión en la continuidad de la cultura. Es más importante entender que recordar, aunque para entender sea preciso, también, recordar.