Un país mental reúne poemas de 19 escritores chinos contemporáneos, nacidos entre 1928 y 1974, y cuya producción está tensionada por esas nuevas maneras de trabajar lo poético: opacidad, hermetismo, absurdo, surrealismo, formas coloquiales, budismo, tradiciones extranjeras.
Dos momentos históricos marcan a los escritores antologados, y esas marcas se leen en su literatura. El primer momento, en los años setenta, con la consolidación de la Revolución Cultural, significa la incorporación de nuevas lecturas, de manera un poco azarosa. El segundo momento corresponde a los años 80, una década de explosión y proliferación, de lecturas multitudinarias, viajes y circulación veloz de los textos. La masacre de Tiananmen, en 1989, marca el fin de este período.
Si hasta entonces la poesía se había mantenido en China sustancialmente bajo la órbita oficial, a partir de ahí, en forma paralela al avance del mercado, ganará libertad de acción, se marginalizará, y enfrentará escrituras intelectuales con otras más populares.
Señala Xin Liuxie que la poesía china contemporánea está destinada a inventarse casi desde cero a una nueva tradición, muchas veces a contrapelo de la historia.
Por lo pronto, un poco a la manera de esos juegos ópticos en los que el fondo y la figura se vuelven indiferenciables, uno puede leer en esta antología la diversidad de la poesía china contemporánea sobre las formas y temas de los poemas clásicos, o puede leer las formas y temas de la poesía china clásica expresándose en su diversidad contemporánea. En cualquiera de las dos opciones, que en realidad es una y la misma, la cosmovisión ancestral parece haber quedado inscripta en el lenguaje: el continuo del tiempo, la espontaneidad, la naturaleza y la ciudad, la vida contemplativa y la amistad son sus preocupaciones revisitadas.
Por la vitalidad literaria que transmiten los textos que incluye, Un país mental es uno libro que provoca el entusiasmo de leer más. Petrecca, autor de dos libros de poemas (El gran furcio y El Maldonado) trabajó durante varios años en este proyecto, incluido, en 2008, un largo viaje a China para perfeccionar el idioma, trabajar en la traducción de los poemas y tomar contacto personal con los escritores. De la antología, ha decidido dejar afuera a los poetas demasiado occidentales, como Wang Jiaxin, o ya suficientemente traducidos, como Bei Dao, candidato al Premio Nobel. Tampoco ha incluido a Haizi, muy famoso en China y en el exterior, y a quien sus colegas citan en sus versos, porque no le gustaba. Ha traducido utilizando el voseo rioplatense y ha corrido riesgos importantes a la hora de definir cuestiones vinculadas con la puntuación. Han sido cien poemas, como los 100 poemas chinos, de Kenneth Rexroth, que descubrió esta poesía a los beatniks, o como los 107 poemas chinos, de Arthur Waley, o como la más clásica y famosa de todas: 300 poemas de la dinastía Tang. Los listados, recuerda Petrecca, son una de las más viejas tradiciones chinas.
Quizás porque la escritura de Petrecca no es menos intensa ni discreta que la de ninguno de los antologados, algún lector tal vez prefiera Ciudades de paso, el bellísimo diario de viaje que escribió el mismo antologador al final, sobre la China de los extranjeros, los nombres, los ideogramas, las visitas de Juan Gelman a Pekín, los malentendidos, Víctor Segalen, lo antiguo y lo moderno, la escritura y el amor de pareja.