Estados de gracia Imprescindibles poemas de James Schuyler, el menos frecuentado de los poetas de la Escuela de Nueva York por Pedro B. Rey La divisa es engañosa. Escuela de Poetas de Nueva York suena capital, pero en su origen fue casi un truco publicitario, la consigna con que en los años cincuenta un galerista decidió promocionar las plaquetas de algunos poetas jóvenes a los que unía su tarea como críticos de arte. Contemporáneos de la segunda generación del expresionismo abstracto, estos poetas (John Ashbery, Frank O'Hara, Kenneth Koch, James Schuyler) fueron deliberadamente aprogramáticos. El único manifiesto disponible ("Personism", de O'Hara) es una gloriosa burla del género: lo único que guía su poesía, sostiene el autor, es la propia vida, en especial sus hechos más ocasionales. Podría decirse que Schuyler (1923-1991) fue, y continúa siendo, el más escurridizo de ese cuarteto que encontró afinidad en el interés por lo urbano, el cosmopolitismo a la europea y las nuevas formas culturales (la pintura, pero también la música contemporánea, el jazz, el cine). La reciente reedición en Estados Unidos de dos de sus raras novelas (Who's for Dinner; Alfred and Guinevere) han comenzado a sacarlo de la penumbra relativa en que parecía cómodamente asentado. Quizá lo que más dificulta definir el carácter de la poesía de Schuyler sea su transparencia. La presencia recurrente de elementos de la naturaleza crea una tensión imperceptible entre los paisajes casi pastorales y el escenario urbano. Schuyler escribe como si fuera tonto, con la impasibilidad de un vagabundo del haiku, aunque en las formas se aboque a poemas de mayor extensión, hechos de versos "flaquitos" (como se los ha designado informalmente por la escasa cantidad de palabras por verso), y deslice occidentales notas melancólicas. Tontería es, en este caso, una designación positiva, un sucedáneo del estado de gracia. "¿Qué es esto, liquen?", se pregunta en un verso de Freely