Catherine Nixey aborda en su último ensayo, editado por Taurus, los diversos relatos sobre la vida, obra y milagros de Jesús de Nazaret.
Hace cosa de dos milenios, siendo Tiberio emperador, la crucifixión y, según los creyentes, la resurrección de un artesano de Galilea que devolvía la vista a los ciegos, convertía el agua en vino y exorcizaba demonios engendró un spin-off del judaísmo que volteó prodigiosamente la Historia del mundo y que, mientras tecleo, profesan todavía más de 2.200 millones de personas urbi et orbi. El cristianismo germinó en un tiempo de superabundancia de redentores y de hombres-dios –"Porque se levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios", reza el Evangelio de San Mateo–. Los creyentes primitivos, además, tenían donde hairéo, verbo griego que significa "escoger". Los especialistas prefieren hablar de cristianismos. Hasta que el emperador Constantino convocó al personal episcopal en Nicea para poner orden en el gallinero, los seguidores de Jesús de Nazaret se organizaban en torno a un verdadero y heterogéneo sindiós.
La licenciada en Historia Clásica en Cambridge y periodista del sacrosanto The Economist Catherine Nixey (Gales, 1980), atea e hija de una monja y de un monje que abandonaron los hábitos, pero muy capillitas, aborda y expone en Herejía. Las vidas de Jesucristo y otros salvadores del mundo antiguo (Taurus, 2024) cómo, en los primeros siglos de vida del cristianismo, convivieron, malvivieron y, definitivamente, fueron condenados los relatos apócrifos sobre la vida, obra y milagros del Nazareno; cómo estos –y los canónicos– se nutrieron del paganismo; cómo filósofos como Celso o emperadores como Juliano se ciscaron en la nueva religión con desdén y repulsión, y cómo la competencia, encabezada por Apolonio de Tiana, indigestaba a los guardianes de la pujante ortodoxia doctrinaria.
Herejía no es un ensayo denso, está muy bien documentado –las referencias, por fortuna, quedan relegadas a un vasto apartado al final del libro–. La prosa de Nixey, sencilla, se manifiesta al servicio de la divulgación. Trasluce su barniz periodístico: la escritora va al grano, narra con fluidez y ritmo, evita posibles estancamientos de sesudez. Su cómo es bueno.
Y su qué es aún mejor. En Herejía, el lector conocerá, por ejemplo, al Jesús infante del Evangelio de la infancia de Tomás que se ventilaba al profesor que le contradecía o a la incrédula partera Salomé, quien, según el Evangelio de la infancia de Santiago –leído durante siglos en las iglesias de Oriente, y en el que aparece la famosa escena del Niño escoltado por un buey y una mula–, para comprobar si una virgen había dado a luz, metió las manos en la vagina de María de Nazaret, quedando estas carbonizadas al instante. También a los cristianos borbonitas, quienes, según Epifanio de Salamina, "provocan la expulsión del embrión en el momento oportuno a sus planes, toman este feto abortado y lo pican en un mortero mezclándolo con miel, pimienta y algunos otros perfumes y plantas aromáticas para no sentir náuseas; después de eso, (…) cada uno toma con el dedo un poco del niño destrozado". O el largo debate, "sumamente enrevesado e importante desde el punto de vista teológico", sobre si Jesús defecaba o no. Como escribe la autora, "la importancia de esos textos radica no en que sean creíbles, sino en que fueron creídos y leídos por los cristianos durante siglos".
La herejía (haíresis) que los griegos veían con buenos ojos se convirtió para los primeros cristianos en un "veneno". Nixey recoge el siguiente lamento de san Agustín: "Ellos (los paganos) tienen muchos dioses y son falsos. Nosotros uno solo, y es el Dios verdadero. Ellos, con muchos falsos, no tienen división; nosotros, con el único Dios verdadero, no tenemos unidad". Los católicos, reyes religiosos del agonizante imperio, aplican su Panarion ("botiquín") sin anestesia: la Verdad es una, no hay espacio para versiones alternativas, y al hereje se le convierte por las buenas o curtiéndole el lomo. El historiador Amiano Marcelino apuntó que "ninguna fiera es tan peligrosa para los hombres como los propios cristianos entre sí".
En definitiva, Herejía hará las delicias del profano curioso, creyente, agnóstico o ateo, lo mismo da, que tenga hambre de sorpresa y de aprendizaje. Hínquenle el colmillo, sin duda.