Así habló Zaratustra es, quizá, la obra más importante del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Fue publicada en 1883, en el período maduro de la vida de Nietzsche. La obra está escrita como un relato épico, con cierto tinte paródico o subversivo del relato bíblico, donde el personaje principal (el mesías, o mejor: el antimesías) es Zaratustra, un sabio que aborda distintas cuestiones en los distintos capítulos o epígrafes del libro.
En esta obra se tratan, además, los principales temas de su filosofía: crítica a la moral, crítica a la religión, crítica al esencialismo y al racionalismo… También se condensan las principales aportaciones de Nietzsche a la filosofía, tales como el concepto de superhombre, eterno retorno o muerte de Dios.
Así habló Zaratustra es un libro que está escrito, como reza en su dedicatoria, para todos y para nadie. Para todos, porque es toda la humanidad la que es interpelada en esta obra; para nadie, porque la humanidad tiene que deshacerse de toda una tradición pesada, una tradición-losa, que nos impide sacar todo nuestro potencial. Para eso está escrito Así habló Zaratustra, para sacudirnos el peso de nuestra tradición filosófica. Veamos algunos de los martillazos que agrietaron esa losa.
¿Vivirías este momento si se repitiera eternamente? Parece una pregunta sencilla, pero en realidad no lo es tanto. ¿Serías capaz de soportar ese momento en toda su eternidad? Y no solo soportar, no se trata de ser un buen samaritano que agacha la cabeza mientras cumple su castigo. Se trata de quererlo, de amarlo. ¿Querrías con toda tu fuerza que este momento se repitiera eternamente? ¿Amas tanto la vida que puedes amar la eternidad de este instante? Esta es la pregunta que está detrás de la doctrina del eterno retorno de Nietzsche:
«Mira, nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismos con ellas, y que nosotros hemos existido ya infinitas veces, y todas las cosas con nosotros. Tú enseñas que hay un gran año del devenir, un monstruo de gran año: una y otra vez tiene éste que darse la vuelta, lo mismo que un reloj de arena, para volver a transcurrir y vaciarse, de modo que todos estos años son idénticos a sí mismos, en lo más grande y también en lo más pequeño».
La teoría del eterno retorno no es, pues, una teoría física sobre el tiempo. En ningún momento se afirma que la vida siempre vuelve o que la vida retorna o que el tiempo es circular (aunque es un camino interesante que recorrer y no es tan sencillo desecharlo). La intención de Nietzsche en Así habló Zaratustra es denunciar una determinada actitud ante la vida: una actitud servil, de camello, una actitud resignada, que no ama la vida y que la teme. ¡Una vida que teme que vivirse eternamente!
Hay que querer lo que nos sucede. Hay que amar lo que nos pasa. Amor fati, esto es, abrazar nuestro destino. Porque no podemos seguir pensando en la vida como una abstracción sin dolor, como un mañana en el que todo está resuelto. ¡La vida es esto! Con sus dolores, sus contradicciones y sus temores. Con sus miedos.
Aceptar la pregunta del eterno retorno, es decir, tomarnos radicalmente en serio la posibilidad de que este instante (este y no otro, este mismo, esta nimiedad, este sinsabor) se repita hasta la eternidad nos interpela también como agentes responsables de nuestra propia vida. Si no queremos que este instante se repita, entonces ¡hagamos algo para cambiarlo!
«‘¿Y qué hace el santo en el bosque?’, preguntó Zaratustra. El santo respondió: ‘Hago canciones y las canto; y cuando hago canciones, río, lloro y gimo, así alabo a Dios. Cantando, llorando, riendo y gimiendo alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué nos traes tú de regalo?’. Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras, saludó al santo y dijo: —‘¡Qué tendría yo para daros a vosotros! ¡Pero deja que me vaya deprisa para que no os quite nada!’ Y así se separaron, el anciano y el hombre, riendo, como ríen dos jóvenes. Pero cuando Zaratustra estuvo solo, habló así a su corazón: ‘¡Cómo es posible! ¡Este viejo santo aún no ha oído nada en su bosque de que Dios ha muerto!’».
No fue Nietzsche quien pronunció por primera vez la frase «Dios ha muerto». Su primera formulación literal corresponde a Mainländer en su Filosofía de la redención, que Nietzsche había adquirido el 26 de abril de 1876, fecha próxima a la publicación del libro. Durante su estancia en Sorrento (Italia), Nietzsche estudió con interés la obra, la cual marcó el rumbo de su filosofía. «Hemos leído a Voltaire, ahora es el turno de Mainländer» dice Nietzsche en una carta de 1876 a su amigo a Paul Reé.
La filosofía de Mainländer es una filosofía original consistente en una ontología negativa, esto es, una ontología que parte de la premisa de que «el no ser es preferible al ser». Como consecuencia, Mainländer creía que el ser humano conoce principalmente la apariencia de las cosas, en vez de la cosa en sí.
En la filosofía de este autor, la cosa en sí es identificada con la muerte. De esto se deriva que, en la existencia de los seres, en su vida, paradójicamente, se halla un impulso de muerte. Esta pulsión de muerte, esta voluntad de muerte inherente a todo ser, nace del hecho de que la sustancia divina haya pasado de su original forma de unidad trascendente a la pluralidad inmanente característica del mundo. Así, asegura: «Dios ha muerto y su muerte fue la vida del mundo».
Para Nietzsche la muerte de Dios es algo más profundo. Como explicaba el profesor Diego Sánchez Meca en una entrevista en nuestro portal:
«Lo característico de Nietzsche es que pone en relación este nihilismo con lo que él llama la ‘muerte de Dios’, aludiendo con ello al debilitamiento y desaparición de la fe en la religión cristiana a causa del avance del racionalismo científico y de la lucha que desde la Ilustración se venía desarrollando contra la superstición y el clero. Según él, es, en buena medida, la pérdida de esta fe la que hunde a la sociedad en la angustia, al dejar sin fundamento a las creencias y valores en los que hasta ese momento se basaba y organizaba la sociedad (la moral, la política, el derecho, e incluso la ciencia). La religión se descubre, al fin, como pura máscara encubridora de los poderes fácticos y sus intereses, que quedan ahora desenmascarados y necesitados de un discurso legitimador».
La muerte de Dios no es consecuencia del nihilismo, sino que el nihilismo, en la filosofía de Nietzsche, acompaña a la muerte de Dios, se manifiesta con ella. El nihilismo es el vacío que deja la neblina de unos valores que no se sostienen por sí mismos. Para este autor, el nihilismo no es un estadio contingente de nuestra historia occidental. Este vacío, este nihilismo, es la lógica de nuestra decadencia: la historia de Occidente y su platonismo inherente no podía más que acabar así. Una historia interpretada por Nietzsche como decadente y que le permite a este autor leer su presente de una forma crítica: un presente rebosante de nihilismo. Examinemos esta historia para comprenderlo mejor:
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