En algunos de sus libros anteriores, Byung-Chul Han mencionó muy a la pasada su gusto por la música. Por cierto, la música docta. Amén de sus habituales temas, sobre el cansancio de las sociedades modernas, los efectos de la pandemia, la muerte, y el mundo digital, el pensador surcoreano ahora dedicó un volumen en donde su eje es la relación de su pensamiento y la música.
Así, se acaba de publicar en Chile La tonalidad del pensamiento, un volumen que -vía Paidós- recopila una serie de conferencias que el asiático ofreció en Portugal (en Oporto y Lisboa) y Alemania (Leipzig), durante el 2023, y es el primer libro de una Trilogía de las conferencias. Es tanto el fanatismo de Han por la música clásica que incluso en Leipzig fue acompañado por la pianista Sharon Prushansky, quien acompañó la conferencia interpretando piezas de J. S. Bach y Robert Schumann, dos de los favoritos de Byung-Chul Han. Nada raro en un filósofo que ha reconocido su influencia de la rica tradición del pensamiento alemán. “Mi pensamiento hunde sus raíces en el Romanticismo alemán. Si me permiten comparar mi pensamiento con una fruta, diría que su piel y su pulpa son profundamente románticas”, señala.
De hecho, en Leipzig, comentó que posee dos pianos de cola en su casa. Con esto, abrió la puerta a una intimidad que pocas veces ha dejado ver. “Cierto día estaba caminando por el barrio berlinés de Prenzlauer Berg. Cuando pasé delante de una pequeñísima tienda de pianos, vi en el escaparate un hermoso y antiguo piano de cola y entré en el establecimiento. Me enamoré de aquel piano, así que me lo compré con la intención de aprender a tocarlo. Sin haber tomado ni una sola clase de piano, intenté tocar el aria de las Variaciones Goldberg. Amaba aquella aria por encima de todo. No me bastaba con escucharla sin más: quería tocarla por mí mismo. Tuve que practicar por lo menos durante dos años. Para algunos movimientos necesité meses, repeticiones sin fin. Tengo una paciencia infinita, virtud que hoy en día se encuentra cada vez más próxima a su desaparición”.
Y no solo el piano, también el canto. “He cantado tantas veces Amor de poeta, de Schumann, y Viaje de invierno, de Schubert, que mis partituras han quedado hechas trizas. Esos ciclos de lieder han penetrado en mi pensamiento y prácticamente han anidado en él. Avivan mi pensamiento, habitan en él”.
Por cierto, le declaró su amor a la música clásica germana. “Cuando escuché por primera vez, con diecisiete o dieciocho años, la Chacona de Bach para violín solo, decidí, aunque de forma inconsciente, que el alemán y Alemania serían mi patria espiritual. Creo que en mi anterior vida fui tal vez alemán”.
Y Han también toma la forma de la variaciones -tan usada en la música docta- para justificar su pensamiento. “Hay personas que me acusan de repetirme demasiado. Pero no se dan cuenta de que mis libros no son repeticiones, sino variaciones. En cierto modo, estoy tejiendo un tapete. Me ocupo de que con el tiempo ese tapete se haga más y más grueso y que su color sea más y más intenso, pero manteniendo siempre su patrón...La teoría siempre presupone lo mismo, que permite variaciones”.
También se permitió comentar algo de su intimidad: “Yo pienso y escribo rodeado de flores. En esta época, rosas y peonias...mis flores me protegen. Sin flores, no puedo pensar...yo apenas viajo. Tampoco las plantas y los árboles viajan. Ojalá fuera una planta. A ser posible, una peonia”. Y como las plantas crecen en la tierra, Han hizo una lúcida reflexión sobre la importancia de la tierra.
“Tal vez la tierra sea un sinónimo de esa felicidad que, sin embargo, hoy se aleja cada vez más de nosotros. Por eso, volver a la tierra significa volver a la felicidad. Hoy estamos abandonando el orden terrestre, el orden de la tierra, debido principalmente a la digitalización e informatización del mundo. Hemos dejado de percibir la fuerza de la tierra, que tanta vida y felicidad genera. En mi jardín siento, por encima de todo, una profunda paz, una fuerza profunda y redentora, trascendencia, majestuosidad”.
Incluso reveló: “El jardín ha hecho que vuelva a ser muy creyente. En su momento pensé que la verdadera biología es una teología. Ahora pienso que Dios le ha regalado flores al ser humano para aliviar un poco su irrefrenable violencia”.
En este volumen, Han sigue haciendo variaciones sobre sus temas, por ejemplo, lo digital. “La comunicación digital es una comunicación sin contacto físico, sin mirada ni cuerpo. En las constantes reuniones a través de Zoom, el otro mantiene su existencia espectral, sin mirada ni cuerpo. En el teletrabajo, durante el confinamiento, el otro estuvo totalmente ausente”.
“Los medios digitales dan lugar a una comunicación sin presencia. Ya Kafka consideraba que la carta era un medio de comunicación inhumano. De hecho, sostenía que este medio había ‘traído al mundo...un horrible trastorno de las almas”...con el tiempo, los espectros de Kafka han inventado también internet, el smartphone, el correo electrónico, Twitter, Facebook y WhattsApp. Kafka diría que la nueva generación de espectros, es decir, los espectros digitales, son más voraces desvergonzados y ruidosos. Esta comunicación espectral es una comunicación sin presencia, una comunicación fantasmal. Nos deprime”.
“Desde que existe el smartphone, nos miramos cada vez menos a los ojos. La mirada se pierde. Pero la mirada es el otro...por eso vivimos en una sociedad sin empatía. Si desaparece la mirada, desaparece también la caja de resonancia. Creo que la depresión se produce por una pérdida de resonancia, de resonancia con el mundo, de resonancia con el otro. Sin resonancia, no podemos sino quedarnos atrapados en nosotros mismos, convertirnos en prisioneros de nosotros mismos. Sin resonancia nos deprimimos”.