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22 ABR

Cuando la ciencia abre las puertas del infierno

The Conversation
Cuando la ciencia abre las puertas del infierno

Hace poco más de 100 años, el sociólogo alemán Max Weber advirtió que el avance de la ciencia provocaría el “desencanto” del mundo.

 

Se refería a un mundo sin misterio, sin lo desconocido ni lo trascendente y, por tanto, sin sentido: un mundo regido por la sombría ley de lo que él denominaba “racionalidad instrumental”, donde todo es un medio para alcanzar un fin y nada es un fin en sí mismo.

 

Weber temía que la ciencia y la tecnología redujeran la existencia humana al frío cálculo y al sentido práctico utilitario, y destruyeran cualquier actividad que no tuviera efectos inmediatos, mensurables y pragmáticos.

 

MANIAC, de Benjamin Labatut, es un relato no del todo ficticio de los avances científicos desde que Weber lanzara su advertencia. Y, de un modo extraño e inquietante, muestra lo equivocada que fue su predicción.

 

 

 

 

La ciencia que ha engendrado todo, desde las armas nucleares y la inteligencia artificial hasta Silicon Valley y la economía neoliberal, es cualquier cosa menos práctica y mundana. Se desarrolla en un nivel de abstracción matemática y especulación filosófica que sólo un pequeño puñado de seres humanos puede comprender. Funciona rompiendo todas las reglas del sentido común y todo lo que podría parecer útil en el mundo cotidiano, prosperando en sus incoherencias e irracionalidades.

De hecho, y como sugiere el título de Labatut, existe en la delgada frontera entre lo racional y lo irracional, ese lugar donde el pensamiento se convierte en locura, donde el mundo no pierde todo su sentido, como imaginó Weber, sino que se llena de infinitos significados, repleto de mensajes que sólo una mente paranoica podría discernir.

Si la ciencia cierra las puertas del cielo, podríamos decir que abre de par en par las puertas del infierno.

 

Los límites de la lógica

La novela de Labatut nos invita a considerar una serie de figuras de la historia de la ciencia del siglo XX cuyas vidas personales reflejaban la locura de lo que estaban descubriendo.

El físico austriaco Paul Ehrenfest no pudo evitar comparar la irracionalidad de la nueva ciencia con la irracionalidad del naciente régimen nazi. Su descenso a la locura le llevó, en 1933, a asesinar a su hijo discapacitado antes de suicidarse.

En 1931, el matemático y lógico Kurt Gödel desarrolló los teoremas de incompletitud que instalaron una inconsistencia en la base de todas las matemáticas. A veces se dice que su psicosis debilitante no fue el efecto sino la causa de su hallazgo.

La ingeniera e informática autodidacta Klára Dan estuvo detrás de algunos de los avances tecnológicos más importantes del siglo XX. En 1963, a los 52 años, condujo desde su casa de La Jolla (California) hasta la playa, donde se metió en las olas y se ahogó.

Pero para Labatut, la más convincente de estas figuras (hasta el punto de que la mayor parte de MANIAC consiste en un elaborado esbozo de su personaje) es el genio matemático húngaro Neumann János Lajos, o, como pasó a llamársele tras trasladarse a Estados Unidos, John von Neumann.

Labatut presenta a von Neumann como “el ser humano más inteligente del siglo XX”. Y las pruebas de esta afirmación son numerosas.

Von Neumann inventó el ordenador moderno, proporcionó los fundamentos matemáticos de la mecánica cuántica y completó las ecuaciones necesarias para que la bomba atómica fuera posible.

También fue el padre de la Teoría de Juegos, clave en la economía neoliberal, pero que le sirvió para justificar la estrategia de la Guerra Fría de Destrucción Mutua Asegurada, o MAD. Ésta proponía que la única manera de evitar la aniquilación de toda la existencia humana era armar a dos superpotencias con la capacidad de hacerlo muchas veces.

Von Neumann predijo y ayudó a adelantar la llegada de la era digital. Previó máquinas autorreproductoras, inteligencia artificial y la Singularidad, ese momento mítico en el que la tecnología finalmente absorberá y subordinará a la humanidad.

Es difícil imaginar que solo una mente humana individual pueda estar detrás de gran parte del mundo tecnológico en el que todos vivimos ahora. Según cuenta Labatut, casi todos los que conocieron a von Neumann lo vieron como una especie diferente, una etapa superior de la evolución humana, un ser extraterrestre, incluso un dios.

“Hay dos clases de personas en este mundo”, le hace decir Labatut al colaborador de von Neumann Eugene Wigner al principio de la novela: “Jansci von Neumann y el resto de nosotros”.

“La mayoría de los matemáticos demuestran lo que pueden”, declara Wigner un poco más tarde. “Von Neumann demuestra lo que quiere”

 

Una mente inhumana

Para reforzar esta imagen de von Neumann como un dios, Labatut nunca escribe desde la perspectiva de von Neumann ni pretende tener acceso al funcionamiento interno de su mente. En lugar de ello, estructura su novela como una serie de relatos en primera persona, casi sin aliento, de quienes le conocieron o se encontraron con él, como el testimonio de los testigos de un milagro… o de una catástrofe.

Así, además de Wigner, nos hablan la madre de von Neumann, Margit Kann von Neumann, su hermano Nicholas Augustus von Neumann, su primera esposa Mariette Kövesi, su primer profesor George Pólya, el matemático e ingeniero Theodore von Kármán, el físico estadounidense Richard Feynman, el economista Oskar Morgenstern, y muchos más.

Todos parecen tener la misma impresión básica del hombre: un genio desconcertantemente grande, cuyos singulares poderes intelectuales parecían situarle más allá del bien y del mal, y le llevaban a despreciar la mera moralidad humana con insensible indiferencia.

Eso explica el entusiasmo con el que von Neumann se lanzó a las aplicaciones militares de sus ideas, y la desvergüenza con la que se convirtió, como dice Labatut, en “una mente de alquiler”, dispuesto a “cobrar honorarios exorbitantes por sentarse con gente de IBM, RCA, la CIA o la RAND Corporation, a veces durante no más de un par de minutos”.

Si von Neumann era un dios, no era en absoluto un dios cristiano benevolente. Se parecía más a los dioses griegos del Olimpo o al iracundo Yahvé del Antiguo Testamento. O tal vez fuera simplemente un demonio: voluntarioso, arbitrario y capaz de horribles actos de destrucción.

 

Dioses mecánicos

Pero, a diferencia de la mayoría de los dioses, von Neumann no era inmortal. Como muchos de los que le rodeaban, murió trágicamente joven, poco después de cumplir 53 años, víctima de un virulento cáncer en el cerebro.

En MANIAC, Labatut sugiere que los algoritmos que ahora dominan gran parte de nuestras vidas podrían considerarse los descendientes de von Neumann. Son dioses mecánicos que no están sujetos a los límites de la carne y la sangre.

La novela tiene una especie de segundo acto, en el que Labatut deja atrás a von Neumann y narra la historia del antiguo juego Go, y el momento en que las máquinas se volvieron capaces de vencer a los mejores jugadores humanos del mundo, Lee Sedol y Ke Jie.

Para Labatut, el hecho de que las máquinas ganen sistemáticamente a los humanos en los juegos más complejos que podamos imaginar constituye un punto de inflexión fundamental. Sólo podemos temblar ante estos nuevos dioses del mismo modo que nuestros antepasados lo hacían ante los antiguos: con miedo y temor.


El don de la ficción

A pesar de estas fantasías apocalípticas, me gustaría sugerir que aquí también ocurre algo más, justo debajo de la superficie.

MANIAC se presenta engañosamente como una recopilación de hechos y un relato de acontecimientos que sucedieron realmente. Pero no es eso en absoluto. Es una novela: la invención de otra gran mente, la de Labatut.

 

Sitúa los hechos de la experiencia humana dentro de un contenedor de ficción. Los descubrimientos científicos y tecnológicos se engloban en algo más profundo: una historia.

En ese sentido, la forma ficticia de MANIAC desmiente su contenido apocalíptico. Puede que las máquinas dominen el mundo real, pero como atestigua la novela de Labatut, los humanos pueden inventar la ficción que domine esa dominación.

 

“Usted insiste en que hay algo que una máquina no puede hacer”, declaró una vez von Neumann, con su arrogancia característica. “Si me dice con precisión qué es lo que una máquina no puede hacer, entonces siempre podré fabricar una máquina que haga precisamente eso”.

“Bueno”, podríamos haber replicado, “lo que no puede hacer es nada sin que se le diga lo que tiene que hacer”. Lo que no puede hacer es lo que hace la novela de Labatut, de hecho todas las novelas, todas las ficciones, todas las historias: decirnos cosas que nunca pueden verificarse, crear verdades que no tienen un fundamento estable o tejer mundos enteros de la nada.

 

 

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