El primer cuento que leí de Cronwell Jara fue Montacerdos. En algún momento me preguntaron de qué iba, y me di cuenta de que contarlo no solo arruinaría la trama, sino que confundiría más al interesado. Después de un tiempo comprendí que mi respuesta sería siempre inexacta y poco convincente, porque, a diferencia de otros cuentos —y a similitud de muchos otros—, en Montacerdos no vale la pena contar una trama, sino describir únicamente una realidad: la realidad de unos enajenados.
La realidad de los extravagantes se vuelve compleja cuando éstos carecen de medios económicos, pero se convierte en tortuosa cuando carecen de gente que se preocupe por ellos. Montacerdos es la historia de Yococo, un elocuente niño con la valentía de cien hombres, quizá, narrada desde la perspectiva de su hermana Maruja. Junto a su madre, los tres conforman una familia de desadaptados sociales — u orates para muchos—, que viven como invasores en la maltrecha choza de un techo. Y es en esa familia en la que acontecen las costumbres más raras e inhumanas. Yococo cuenta con una caja de alacranes, es —aparentemente— inmune al dolor y tiene una llaga putrefacta en la cabeza. Es también íntimo de Celedunio, un cerdo escuálido que se deja montar por su dueño y acapara las miradas de sus amigos y compañeros; mamá Griselda cocina ratas y las llama cuyes, pero a Yococo y a Maruja, la menor, les parece un manjar, y así muchas otras cosas más.
Y todo esto es solo una brizna de lo que realmente relata el cuento, pero lo considero más que suficiente por una sola razón: Montacerdos no se centra en la extravagancia, en la enajenación o la pobreza en sí misma, sino más bien en demostrar el sentido del heroísmo, heroísmo latente en un niño con un destino aparentemente miserable, pero que prueba a cualquier lector su indiferencia ante esa realidad. Al menos eso le transmitió al que escribe estas líneas. Yococo es el héroe del cuento no por montar cerdos o por su resistencia al dolor, a las llagas o a los golpes, sino por el estoicismo acaso inconsciente que lo caracteriza, que irrumpe en la racionalidad de sus vecinos y amigos, incluso de su mamá Griselda.
Esta edición del Fondo de Cultura Económica cuenta con otros tres cuentos, en donde también conocemos ambientes sórdidos, injusticias familiares o sociales, y la intimidad de un narrador que pareciera un amigo que nos regala su confianza. Recomiendo sumamente su lectura, porque nos aleja de lo común, y nos presenta realidades tan lejanas a lo que muchos estamos acostumbrados, que no podemos quedar indiferentes.