CARLES GELIJAVIER | RODRÍGUEZ MARCOS | ANDREA AGUILAR
“Por la puerta se iba el médico y entraba el Cervantes”, relata por teléfono Cristina Peri Rossi desde la cama, donde una combinación de broncoespamos, presión alta e insuficiencia cardíaca la tiene medio recluida desde hace un par de meses. “Me tuvieron que llevar al hospital por el asma; vinieron acá dos camilleros, uno grandote, de metro ochenta y mostachos espesos, y antes de bajar, le dije: ‘Si por el camino me han de hacer el boca a boca, por favor, que no sea usted”.
No hizo falta. Tal vez porque estaba en camino una forma particular de respiración asistida: el premio Cervantes de 2021, que, dotado con 125.000 euros, ha recaído en la escritora uruguaya, que este viernes cumplirá 80 años. Exiliada en Barcelona desde 1972, la nueva ganadora fue premonitoria en 2017 en una entrevista con EL PAÍS. A la pregunta “¿A quién le daría el premio Cervantes?” respondió: “A Cristina Peri Rossi, para que siga escribiendo”. Además de acertar, no parece haber necesitado el gran premio de las letras en español para seguir cultivando su oficio. En todos los géneros. Entre sus últimos títulos se cuentan un libro de relatos —Los amores equivocados (Menoscuarto)—, un poemario —Las replicantes (Cálamo)— y una antología de versos —La barca del tiempo (Visor)—. A esos se sumó en 2018 una novela: Todo lo que no te pude decir (Menoscuarto). Esa novela reúne, precisamente, dos de las constantes de la obra de la nueva galardonada: el amor y el exilio. Y una reivindicación del papel activo de la mujer: “Cuando una mujer se siente frustrada, llora. Cuando un hombre se siente frustrado, descarga violencia”, se lee en sus páginas.
“Prefiero soñar con Montevideo y vivir acá: allí murieron mi madre y mi hermana, demasiada tristeza. Y ahora quiero alegrías, como la del Cervantes, aunque quizá sea la última”, asegura la premiada
Minutos después de recibir la noticia del galardón, Peri Rossi se entretiene en contar la anécdota de los camilleros porque, dice, “en mi vida siempre he tenido que desdramatizar, aunque no se me ha entendido; si no lo hago así, si no relativizo las cosas, me asusto mucho”. Y ese desdramatizar ha sido uno de los instrumentos con los que ha construido esa obra que el jurado ha elogiado por la “exploración y crítica de su escritura”. “Bueno, sí, son algunos de mis rasgos, siempre fui muy crítica con la vida política y social; la realidad me ha dado motivos continuos de quejas”. ¿Y lo de la exploración? “He tocado todos los géneros; el poemario Las musas inquietantes es uno de mis libros preferidos porque cada una de las pinturas va ligada a un personaje y un sentimiento… Ahora se recuperará en el volumen de poesía completa”, dice sobre el libro que a final de año editará Visor. También cita entre las transgresiones de forma o de fondo que ha practicado Los amores equivocados (“en un colegio católico de mi país expulsaron al profesor por hacerlo leer en clase”) o Todo lo que no te pude decir (“es una de mis mejores novelas y va sobre la relación de un hombre con un chimpancé”).
Si bien entre sus “intereses vitales múltiples” han estado el feminismo y el fútbol (“fui de las primeras escritoras en España en tener una página diaria sobre fútbol”, recuerda), cree que, en el fondo, toda su extensa obra se puede resumir en profundizar en la búsqueda y el análisis de “la asimetría de las complejas relaciones personales”.
Según ha explicado el ministro de Cultura, Miquel Iceta, al anunciar el fallo, el jurado ha querido destacar cómo el trabajo de Peri Rossi se ha centrado en “la condición de la mujer y la sexualidad”. También ha subrayado que este premio reconoce el puente entre las dos orillas que ha construido la ganadora con su obra “un recordatorio perpetuo del exilio”.
“La poesía es una percepción; la narrativa, un discurso”, suele decir la escritora cuando se le pregunta por dos de los géneros que más ha cultivado. Como Hemingway, sostiene que “la novela gana por puntos y la poesía, por KO”. No obstante, el ministro ha elegido unos versos de la ganadora para presentarla al anunciar el premio: “¿Cuál es mi casa? / ¿dónde vivo? / Mi casa es la escritura / la habito como el hogar de la hija descarriada / la pródiga / la que siempre vuelve para encontrar los rostros conocidos / el único fuego que no se extingue”.
Hija de emigrantes italianos, Cristina Peri Rossi abandonó su ciudad natal, Montevideo, con 31 años, meses antes del golpe militar que entre 1973 y 1985 desencadenó una de las más atroces represiones de América Latina. “Renuncié a una carrera universitaria brillante y a un futuro literario que ya tenía encarrilado, pero sabía con seguridad que el futuro del país estaba ya encarrilado hacia el golpe y tuve soplos que me permitieron averiguar que mi vida corría peligro”, afirmó ya en España al rememorar su salida de Uruguay. Aunque había estudiado Biología, se licenció en Literatura Comparada.
En la capital uruguaya vivía en un apartamento situado frente a la Embajada de Estados Unidos. Desde allí vio cómo muchas noches entraban y salían militares que después protagonizaron el golpe: “Vi incluso una noche cómo arrojaban envuelto en mantas un cadáver al mar, situado en un ángulo de visión desde mi ventana. En Montevideo se lacraban los ataúdes y se les entregaban los cadáveres a los familiares después de que estos firmaran un papel en el que se comprometían a no abrirlos”.
La autora uruguaya forma parte de una generación de escritoras del Cono Sur que vio dos veces oscurecida su voz: como exiliadas y como mujeres. El primer destino lo compartió con autores represaliados por las dictaduras de los años setenta como Antonio Di Benedetto, Haroldo Conti, Daniel Moyano o su paisana y compañera en el palmarés del Cervantes Ida Vitale. Su madurez creativa coincidió con el destierro y la consiguiente separación de sus lectores naturales. Muchos terminaron en una España que se encaminaba hacia el fin de su propia dictadura y hacia el nacimiento de la “nueva narrativa”, es decir, hacia el desinterés por aquellos autores que no hubieran tenido la suerte de caber bajo la etiqueta del famoso boom. Esa fue la segunda losa: el hecho de ser mujer en un tiempo que dejó fuera del canon oficial del siglo XX a autoras como Elena Garro, María Luisa Bombal, Armonía Somers, Marosa di Giorgio, Rosario Castellanos o Sara Gallardo. El empuje de la literatura latinoamericana escrita por mujeres en los últimos años ha empezado a devolverlas al lugar que merecían.
Cristina Peri Rossi, no obstante, dedicó uno de sus libros más emotivos a uno de los autores canónicos de ese boom: Julio Cortázar. Si la amistad con el escritor argentino fue una constante en su vida, su visión lúdica y experimental de la escritura marcó su obra. Rayuela, dijo en 2013, durante la conmemoración del medio siglo de la famosa novela, “es la obra emblemática de la gente del 68. La leímos con el telón de fondo de los movimientos revolucionarios en Europa y América Latina. Toda una generación se identificó con el libro. En literatura no hay progreso, pero fue un hito. Claro que se puede escribir como antes de Rayuela, pero serán eso, novelas de antes de Rayuela”.
En 2019 obtuvo en Chile el Premio José Donoso por toda su trayectoria y un año más tarde noveló sus recuerdos de infancia y juventud en una obra de título inequívoco: La insumisa. La defensa de los inmigrantes, las mujeres y los homosexuales ha sido una constante tanto de su literatura como de su compromiso cívico. “Escribo poniéndome en el lugar de los perdedores”, afirmó al recibir el premio Loewe por Playstation (Visor, 2008), un libro de poesía narrativa ajeno a las convenciones de la llamada alta cultura y tejido con estampas que iban desde una escena en, de nuevo, las urgencias de un hospital a otra en un sex shop.
Solo cinco mujeres se habían hecho hasta ahora con el Premio Cervantes, la última de ellas, Ida Vitale, tras las españolas María Zambrano (1988) y Ana María Matute (2010), la cubana Dulce María Loynaz (1992) y la mexicana Elena Poniatowska (2013).
Haciendo un esfuerzo para hablar por teléfono, Cristina Peri Rossi reivindica sus dos apellidos (“nunca entendí por qué debemos llevar como primero el del padre; por ello mantengo el de mi madre”) y explica por qué nunca volvió a fijar su residencia de manera estable en Uruguay: “Prefiero que no haya tenido que elegir nunca; he extrañado mi tierra natal, pero prefiero soñar con Montevideo y vivir acá: allí murieron mi madre y mi hermana, demasiada tristeza. Y ahora quiero alegrías, como la del Cervantes, aunque quizá sea la última”, dice… riéndose.
FUENTE: https://elpais.com/america/