A diferencia de lo que contó García Márquez en la novela, fue la abuela la que reclamó en la vida real la pensión del coronel por haber participado en la guerra de los Mil Días.
El viejo acudía cada viernes a la oficina de correos del puerto en busca de una carta que trajera consigo la pensión de veterano de guerra. Como no llegaba, no veía otra salida que vender el gallo de pelea de su hijo asesinado, la última posesión sobre la tierra que le anclaba a él. Gabriel García Márquez reflejó en El coronel no tiene quien le escriba la angustia por la subsistencia de un excombatiente de la guerra de los Mil Días, una contienda civil que se libró en Colombia a fines del siglo XIX e inicios del XX. El escritor contaba siempre que se había inspirado en lo que le había ocurrido a su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía. Lo que se guardó es que el abuelo murió antes de que saliera la ley que recompensaba a los veteranos y fue en verdad la abuela, Tranquilina Iguarán Cotes, la que se encargó de todo el papeleo, como acaban de revelar dos investigadores colombianos.
La vida del coronel Márquez es casi tan fascinante como la de los personajes que inventó su nieto. Luchó en el bando de los liberales hasta que se rindió, con toda la tropa, en Riofrío, en el departamento de Magdalena, en 1902. Lo hizo ante Florentino Manjarrés, cuyo hombre de confianza era José María Valdeblánquez, uno de los dos hijos que había tenido el coronel fuera del matrimonio. El otro, también conservador, había muerto a mano de los liberales en una guerra anterior. Derrotado frente a su hijo, el coronel Márquez volvió a la vida civil y vivió más de tres décadas como veterano de guerra, hasta que murió en 1937. García Márquez vivió con él, sus padres lo dejaron a su cuidado desde que era un bebé, y siempre contaba que uno de sus primeros recuerdos de infancia era dormir en un colchón junto a la cama del coronel. En la novela, es ese hombre triste y derrotado en el campo de batalla que se pasa la vida entera esperando una pensión, mientras sopesa vender el gallo de pelea.
En la vida real las cosas ocurrieron de forma distinta. Uno de los investigadores, Ernesto Altahona, de 37 años —el otro es Carlos Linan, gabólogo—, ha encontrado en un archivo el periplo que siguió la reclamación de la pensión del coronel. Altahona, dedicado al negocio de las critptomonedas en Estados Unidos, llegó hasta ahí porque se pasa horas buceando en los archivos de su ciudad, Valledupar, cuna del vallenato, por pura afición. En una de esas búsquedas dio con la documentación del abuelo de García Márquez y descubrió algo que ni los biógrafos del escritor habían hallado: que en verdad fue primero la abuela y después sus hijos los que persiguieron con obsesión aquella pensión por haber participado en aquella guerra remota.
Antes de su muerte, el coronel preparó toda la documentación, pero nunca llegó a tramitar nada en la napoleónica burocracia colombiana. Tranquilina Iguarán se encargó de ello, con tesón. Sin embargo, no consiguió nada. Después de su muerte, fue el hijo mayor el que lo intentó, sin ningún éxito tampoco. “Nunca llegó la plata. Idéntico a lo que ocurre en el libro”, explica Altahona, que insiste que hasta ahora nadie había hecho una conexión tan precisa entre lo que contó en la ficción la figura más grande de las letras colombianas y lo que pasó en realidad. García Márquez se llevó a la tumba muchos de los mitos que rodeaban su vida de niño abandonado por sus padres, de periodista talentoso y más tarde de escritor de fama mundial.
Uno de los hilos más interesantes que se desprende de esta historia es el de la vida de José María Valdeblánquez, hermanastro de la madre del escritor. Es decir, su tío. En Vivir para contarla, la autobiografía de García Márquez, sostiene que este fue senador durante la guerra de los Mil Días y que en esa condición asistió a la firma de la rendición liberal en la cercana finca de Neerlandia. “Frente a él, en el lado de los vencidos, su padre”, escribe en sus memorias. El dato es inexacto. Valdeblánquez, explica Altahona, ascendió socialmente durante la guerra, cuando llegó a ser mano derecha del conservador Manjarrés. Fue después, subido a esa fama de hombre virtuoso, cuando llegó a ser senador. Curiosamente, durante su vida escribió varios libros que tienen cierta importancia en la región, como Historia del Departamento del Magdalena y del Territorio de la Guajira. Eso tenían en común tío y sobrino, los libros. Y un suceso que uno vivió como presente y que el otro llevó como mito a la literatura, lo que le dio pie a escribir una novela que perdurará hasta el último sol de la humanidad.