Siempre vuelvo a hablar de mi tocaya favorita, y, si por algún lugar prefiero comenzar a hablar de Fernanda Melchor, es con un libro que considero una lectura obligatoria.
La historia da un vistazo en el tiempo de La Matosa, un lugar imaginario creado por la autora para representar a escala toda la geografía y problemática mexicana en un pequeño pueblo con grandes problemas y mucha miseria. La narración da inicio con el hallazgo del cadáver de un curioso personaje llamado La Bruja en un canal de riego. Conforme el lector avanza, va teniendo la sensación de ahogo. Un ahogo a través de palabras que no parecen formar oraciones o párrafos, sino un grito desesperado de auxilio a múltiples voces que no son más que las vidas desgraciadas que viven los personajes de esta historia. El lector va entendiendo que estas diferentes voces —que van sucediéndose en la narración como una película de terror en la que la víctima está encerrada en un laberinto—no hacen más que manifestar de distintas formas problemas estructurales como la indiferencia, la degradación, la marginación y sus terribles consecuencias.
Puede que exista cierta complicación en las estructuras narrativas de Melchor para lectores poco experimentados. La pluma de la autora da lugar a párrafos interminables en los que las palabras parecen precipitarse en una cascada infinita, casi sin dar lugar al respiro. La sensación puede resultar pesada en un inicio, pues el lector tiene, inicialmente, la sensación de no saber a qué universo se ha ingresado al empezar la novela; aunque es este mismo estilo lo que más le agradezco a la autora. Una historia como esta, contada de otra manera, no hubiese dado la sensación del verdadero huracán que arrasa con todo, que está en constante estado de destrucción frente a todos los componentes de la novela, con violencia, con palabras, confusión, miedo y con muchos culpables.
Conforme el lector o la lectora va tratando de descifrar lo ocurrido con el crimen inaugural de La Bruja, se descubre un panorama de escasez y desamparo de parte de un Estado que se encuentra ausente, dejando lugar a una violencia desmedida que ya es parte del día a día de los habitantes de La Matosa. Una violencia que se presenta desde lo sexual y oscuro, creando la atmósfera perfecta para una lectura terrorífica. Se me escarapela el cuerpo saber que historias aterradoras como estas se desarrollan en la realidad de muchos pueblos y ciudades mexicanas hoy en día.
Este es un libro que explora los límites o la falta de éstos cuando se trata de acciones desesperadas: con tal de cuidarse la espalda, con tal de que nadie se entere de esto que traería una maldición de vergüenza a la familia —Pero, ¿qué vergüenza podría valer en una situación tan crítica de supervivencia como la que s enos presenta en la novela?—podríamos pensar los lectores. En este caso, la supervivencia se unifica con el mero hecho de vivir, borrando las distinciones entre lo uno y lo otro; porque vivir en la situación de cualquiera de los personajes de la novela de Melchor, se reduce a sobrevivir, pase lo que pase (y hágase lo que se tenga que hacer): vivir es un constante intento de sobrevivir.
Con un texto impresionante, sin muchos puntos, ni muchas comas, se nos presenta la violencia hecha lenguaje, un lenguaje entregado al servicio de la magnífica pluma de Fernanda Melchor, quien usa sus habilidades periodísticas para contar ficciones que nunca se terminan de sentir como una, que nos hacen pensar en esa vez que “alguien me contó que…”, o “esa noticia que leí en el diario de…”, y, con la misión de expresar estas realidades, la autora se desprende de las reglas gramaticales y del lenguaje artificial para crear una historia real y brutal, cuyo contenido es lo que realmente le importa preservar.