El 06 de agosto se presentó en Librería Sur el libro «Relatos cercanos 2024» bajo el sello Ediciones Cueto. Once autores, todos ellos alumnos de los talleres de narrativa del escritor Alonso Cueto, plasmaron su experiencia con la escritura a través de diversas historias.
Cuando leemos un cuento, no solo nos adentramos en una historia, sino que vivimos la importancia con la que sus personajes la viven. Esta es suficiente razón, quizá, para advertir que el mundo interior de un protagonista puede ser intenso o dramático sin la necesidad de eventos sorprendentes.
Podemos vivir como propias muchas historias que en este libro se retratan: el miedo de una mujer, por ejemplo, que sabe que la engañan y que busca venganza —como en el caso del relato «Confesiones» de Silvia Nieto—; el pánico de un hombre que piensa que su mujer, su dentista y su psiquiatra confabulan en su contra —como en «Voces» de Aldo Migone—; o el primer amor en las alturas del Machu Picchu —en «De vuelta al pasado» de Martha Vargas—. Estos son episodios del día a día, historias individuales, que sin embargo marcan para siempre la vida de sus personajes. Ellos no vuelven a ser los mismos luego de vivir traiciones, miedos o amoríos.
Otras historias abordan aspectos igual de cercanos y fantásticos. En «Albatros», relato de Alfredo Bambarén, podemos ver retazos de la vida de un hombre a través de su imaginario. Hay tigres que acechan irrumpiendo desde las ventanas, escenas casi litúrgicas y serpientes, todo esto narrado con una prosa muy poética que realza cada oración. O en «El Sastre», de Alonso Núñez del Prado, llevándonos a la ciudad de Arequipa, en donde un hombre adquiere no solo los beneficios, sino las responsabilidades que conlleva volverse invisible.
Y como los buenos relatos, muchos concluyen dejando su final a la imaginación. Nosotros como lectores, que formamos parte de las historias que leemos, somos los responsables de imaginar todo lo que podría ocurrir. En «El día que nos empezó a subir el colesterol», Paolo Chávez Cueto nos regala un viaje al pasado y un final que, sin entrar en «spoilers», concluye como nosotros creeríamos que debería. «Noche de estreno», de Melissa Bardales, es otro viaje, pero uno introspectivo, en el que comprobamos que el recuerdo es un aliado poderoso ante la vejez, y en el que solo queda preguntarnos, como el protagonista: «¿A qué lugar iría yo?». O como en «Células madre», el relato de Jeimmy Sánchez, una mujer que nos regala el testimonio de su diagnóstico ante una rara enfermedad. Podríamos, tal vez, terminar «flotando», tal como ella lo cuenta. ¿Por qué no?
Hay otras historias que logran atraparnos porque revelan la crudeza de la vida. Como la mirada de una niña que, a su corta edad, identifica una injusticia. Quizá no sepa el nombre de dicha maldad, pero hay una certeza inexorable en ella, retratada en «La niña y la santa culpa» de Stephany Orúe. O «El tenista con mochila» de Giuliana Rastelli, una historia que seguimos con entusiasmo de inicio a fin, y nos esboza una alienación ribeyriana a través de Juancito, el protagonista de su relato. Víctor Gastañaga, a través de «El cielo gris de junio» nos demuestra como los amores pueden ser crudos y fugaces, contándonos, a través de dos jóvenes amigas, las ilusiones del casamiento.
Cada una de estas historias es contaba desde una voz muy personal y sincera. Son experiencias que nos conectan y demuestran que en el Perú el cuento sigue siendo un género por el que se apuesta, y con mucha razón. Y es, también, una prueba de que grandes autores como Alonso Cueto quieren seguir promoviendo la creación literaria.
Estos relatos son amigos cercanos que nos enseñan, cada cual a su manera, un poco de la vida. Por eso creo que los cuentos siempre nos hacen más humanos.