La grandeza de la narrativa se puede plasmar de diversas formas. No solo a través de ingeniosas tramas, desenlaces impredecibles, personajes inolvidables o diálogos insuperables —se me viene a la mente, por ejemplo, la conversación en un bar de Aliosha e Ivan en Los hermanos Karamázov—. Creo que la narrativa ha sabido brillar también a través de otras aristas. Este es el caso del nuevo Nobel.
El noruego Jon Fosse ha sido galardonado con el Premio Nobel de literatura este 2023. A sus 64 años, tiene más de diez distinciones y ha escrito una abundante cantidad de obras.
Hace poco, a propósito de su galardón, leí su obra Trilogía. Cuenta la historia de una pareja de jóvenes adolescentes con pasados complejos, insufribles, y la serie de sucesos que acontecen hasta su llegada y establecimiento a las afueras de Bjørgvin. Es una novela corta, de menos de doscientas páginas.
La trama, en sí misma, es emocionante y convincente: Asle y Alida se abren paso hacia un nuevo destino, buscan, a toda costa, un mejor futuro para el hijo que viene en camino, el pequeño Sigvald. Sin embargo, la grandeza de la novela se encuentra en su estructura, en la forma de la que se vale para acondicionarse a la trama.
Si bien no hay reglas universales para la creación de una novela, pienso que en la mayoría de casos la forma —o estructura— de una obra debe de estar en función de la trama y del mensaje que busca expresar. Fosse lo hace extraordinariamente con Trilogía. Y es que la obra, como en muchos de los textos de Fosse, prescinde de la tradicional estructura narrativa. El uso de signos de puntuación es escaso, cuesta muchísimo encontrar un punto que separe dos oraciones. Y, de encontrarlo, será solo dentro de un mismo párrafo, no para separar uno de otro. Pero esto no es todo. El Nobel hace uso de otros recursos —o, sería mejor decir, prescinde de otros recursos— para darle vida a la trama. Fosse es una especie de viajero del tiempo, tiene una enorme facilidad para contar dos o más sucesos en tiempos diferentes, en un mismo párrafo, sin separar las ideas con signos de puntuación. Son una suerte de vasos comunicantes sin necesidad de un punto que conceda al lector la señal de separación de ideas. Esta técnica permite que los muchos recuerdos de la novela —diría que la novela es una constante reminiscencia— se puedan evocar con mayor naturalidad. Es una brillante manera de volver al pasado sin sentirlo lejano, de regresar al futuro sin siquiera notarlo. La novela cambia de tiempos como el lector de páginas.
Pero ninguno de estos detalles tan especiales afecta en lo más mínimo el entendimiento de la obra. Es una novela que atrapa y que regala imágenes literarias muy bellas. La narración, además, es sencilla y el vocabulario lo es aun más. No hay palabras rimbombantes, diálogos pomposos entre dos grandes conversadores. Todo lo contrario, son conversaciones comunes y corrientes que van acorde al lugar y al tiempo de la novela.
Un amigo me hizo notar, además, que la falta de signos de puntuación no solo facilita los cambios de tiempo tan rápidos, sino que le da musicalidad a la prosa.
Fosse es, quizá, dramaturgo antes que escritor. Es ampliamente conocido en Europa por sus obras de teatro, y considero que esta es parte de la explicación de su estilo literario tan poco ortodoxo, diferente y persuasivo.
No dejen de leerlo.