Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) es una cuentista extraordinaria. Nos lo demostró en 'Las cosas que perdimos en el fuego' (2016) y en 'Los peligros de fumar en la cama' (2017) y nos lo vuelve a demostrar en 'Un lugar soleado para gente sombría'. Los tres títulos están compuestos por 12 relatos, un número símbolo de perfección y, sobre todo, completitud.
Y, en efecto, los tres títulos –y en concreto 'Un lugar soleado para gente sombría'– se caracterizan por su perfección estructural: los relatos trazan una especie de recorrido a través de distintas zonas oscuras de la realidad, tan presente como, al mismo tiempo, distorsionada por presencias fantasmales, manifestaciones extrañas y ambiguas, y hechos aparentemente fuera de la norma o sin explicación.
Desde ese primer libro de relatos, Enriquez ha trabajado la simbiosis entre el terror y la realidad, una simbiosis que en este último volumen alcanza su expresión más lograda, al desdibujarse por completo cualquier posible frontera entre ambas dimensiones. Para comprender este ejercicio de simbiosis cabe tener en cuenta que para Enriquez el terror no tiene que ver con una cuestión de género literario: en realidad es una forma de leer.
Esto es esencial, puesto que sitúa sus relatos en un espacio indeterminado y, por ello, interesante y ambiguo a la vez, donde lo fantástico no excluye lo real, donde el terror no viene necesariamente de lo extraordinario, donde lo desconocido es y no es lo extraño, donde el miedo es una proyección más que el resultado de una causa concreta, donde la luz no es menos intrigante que la oscuridad.
En este punto es interesante detenerse en el título del libro, que es también el de uno de los relatos: alude a la luz, al sol, es decir, alude a un escenario en el que todo se ve y donde lo sombrío aparece a través de la gente, de los individuos. El título permite entender mejor la simbiosis entre terror y realidad y, al mismo tiempo, la lectura, si se quiere decir, terrorífica que Enriquez hace de dicha realidad. Porque no es la realidad de por sí donde reside el terror, sino en la realidad construida por los individuos.
El relato que lleva este título, en efecto, habla precisamente de una periodista que indaga la misteriosa muerte de una joven en una piscina de un hotel de Los Ángeles. Lo terrorífico no es la muerte en sí, sino quién y cómo la provocó. El terror no está tampoco en el hecho en sí, sino en la mirada, en la percepción. De ahí la importancia de los cuerpos y, en concreto, de los cuerpos de la mujer y su deterioro: ahí está 'La desgracia de la cara', sobre una mujer cuyas facciones se van desdibujando a raíz de una parálisis; 'Julie', sobre una joven obesa que mantiene relaciones sexuales con espíritus, y 'La mujer que sufre', donde una mujer espectral tiene cáncer.
En los tres relatos, el desgaste del cuerpo se connota de terror por la percepción ante dicho desgaste, ante la mirada no solo de las protagonistas, sino de los lectores sobre un desgaste que, es cierto, resulta extraño, pero que alude directamente al desgaste real al que, de una manera u otra, todas nos enfrentamos. La autora aborda así el deterioro del cuerpo desde otro ángulo, lo mismo que con la violencia contra la mujer: en 'Diferentes colores hechos de lágrimas' no narra el crimen contra una mujer, sino la fantasía de un hombre en relación con los cuerpos de la mujer. Enriquez no solo no toma el camino fácil, sino que no está tan interesada en los hechos como en lo que hay detrás. Y así volvemos al tema del terror: este no reside en los lugares en sí mismos, sino en aquello que albergaron o albergan.
Ahí está, por ejemplo, 'Los himnos de las hienas', un relato en el que dos jóvenes hacen una excursión a un castillo que, entre otras cosas, fue utilizado como campo de concentración: "Se sabe que torturaban en el sótano. Pero fue muchas cosas más. La casa de veraneo es de los ricos estos, que bytheway son los dueños de todos los quesos que te comiste anoche, así que al Mal ya lo tenés incorporado", afirma uno de los protagonistas, haciendo énfasis así en dos cuestiones claras: el hecho de que el terror está en la forma de habitar ese espacio y la presencia de fantasmas de un pasado que no puede dejarse atrás.
De esta manera, Enriquez aborda, por un lado, la presencia fantasmal de la dictadura, una presencia que no solo no se va, sino que sigue impregnado los lugares, las memorias, las experiencias, la vida, individual y colectiva. Y, por el otro, los lugares como espacios de violencia, desde ese castillo que fue lugar de tortura hasta las zonas marginales de la ciudad, como vemos en 'Mis muertos tristes', que evoca relatos de otros libros como 'Rambla triste', donde se aborda la violencia social, la pobreza y la marginación de las grandes ciudades, ya sea Barcelona, Los Ángeles o Buenos Aires.