Cuanto más ansiamos la felicidad, menos felices somos. Esto es lo que se conoce en filosofía como «paradoja de la felicidad». Lo mismo ocurre con el amor, cuya visión predominante, que podemos llamar «romántica», defiende que el objetivo último es alcanzar una felicidad perpetua: un «felices para siempre» que se impone como modelo de vida y nos hace paradójicamente infelices.
El «amor triste» y trágico surge cuando pensamos que el amor es sinónimo de felicidad, y esta sinónimo de bienestar inmediato. El amor que defiende Jenkins va mucho más allá, porque rompe el tablero de juego tradicional y establece otras coordenadas. Contra la visión romántica, Jenkins propone un amor «eudaimónico» o de los «buenos espíritus». Es decir, que no debemos buscar nuestra media naranja en algún lugar del mundo, sino generar relaciones que nos hagan mejores; rodearnos, en suma, de buenos espíritus que contribuyan al florecimiento personal y al desarrollo de nuestras capacidades.
Al rigor filosófico de esta obra Jenkins suma su propia experiencia como mujer poliamorosa, enriqueciendo la reflexión sobre amor por fuera de los marcos de la monogamia y la heterosexualidad que impone la familia tradicional.