La violencia ha estado siempre unida a la historia del ser humano, y nada indica que vaya a dejar de estarlo. A diferencia del poder, la violencia necesita de instrumentos, y requiere una justificación para conseguir su propósito. Mientras la paz perpetua de Kant parece imposible, la violencia se convierte en una presencia cotidiana, rutinaria, normal. Es posible habituarse al horror de las imágenes, dice Sontag: adormece sentidos y emociones, impidiéndonos reconocer la violencia. De lo que no se habla, no se hace visible, y por tanto no se analiza ni se soluciona, es como si no existiera. No podemos mirar a otro lado. En el dosier de este número, Irene Ortiz Gala propone mirarla de frente, y hacer filosofía con y contra ella.