En la mesa de un bar, el Zambo -afanoso, tierno, locuaz- le narra al Profe el último lance de fin de semana de su collera. Las cervezas, que llegan de dos en dos, aligeran el ambiente y la narración se abre en un racimo de historias íntimas que recrean con crudo afecto el universo de los jóvenes de los barrios pobres de Lima. Sin embargo, Reynoso no se detiene en el retrato; escala y en el centro de sus páginas coloca una alegoría poderosa: la del escarabajo estercolero que debe cruzar la pista de una carretera mientras dos adolescentes -el Uno y el Otro, el bien y el mal- discuten sobre el sentido de su esfuerzo. Retrato y alegoría, finalmente, dialogan con la tercera sección de la novela, una serie de apostillas que muestran en conjunto la épica y el drama cotidianos de la condición humana.
El tiempo ha revelado a El escarabajo y el hombre como una obra magistral, que despliega con inteligencia tres lenguajes amalgamados por la verídica preocupación ética y estética de su autor, uno de los más admirados narradores de las letras peruanas.