La sucesión de crisis que se inició en 2008 y llegó a su punto más álgido con la pandemia del coronavirus reveló una verdad categórica: pese a lo que dicta el sentido predominante, el despliegue planetario del capital es un proceso deliberadamente planificado. El espejismo de un mercado "libre" que se autorregula de manera eficiente, con el que el neoliberalismo pretendió enterrar para siempre las discusiones en torno a una gestión social de la economía, se desvaneció frente a la evidencia de un Estado activista que redistribuye riqueza hacia arriba a través de exenciones tributarias, subsidios y rescates a grandes compañías. El auge de megacorporaciones como Amazon, Google y Walmart fue posible gracias a esquemas estratégicos públicos y privados tan metódicos que han sido comparados con los de Gosplan, la agencia de planificación central de la Unión Soviética. Pero si la planificación del capitalismo tardío trajo consigo una era de extinciones masivas y desigualdad extrema, ¿por qué no volver a disputar el diseño y ejecución de los planes, e incluso el significado mismo de la planificación?