Contemplar un cuadro o un paisaje, escuchar una obra musical, sumergirse en un universo sonoro, leer un poema, ver una película: esa es la experiencia estética. En el marco de la cultura humana, entre todas las experiencias vividas, es al mismo tiempo la más banal y la más singular. Es singular porque tiene como condición que uno se dedique a ella sin otro fin inmediato más que esa misma actividad; es banal porque no deja de ser una de las modalidades básicas de la experiencia común del mundo. Por lo tanto, se trata de comprender, como lo demuestra Jean-Marie Schaeffer, no la experiencia de las obras de arte en su especificidad, sino la experiencia estética en su carácter genérico, es decir, independientemente de su objeto.