Blanchot rechaza visceralmente la teoría extractivista del lenguaje: no hay nada en la esencia de la escritura, tal como él la despliega, que la someta a una racionalización destinada a maximizar su utilidad humana. No hay ganancia, ni renta, ni producto que provenga de la escritura sin traer consigo algo ajeno que lo arruina; de allí que en lugar de una explotación equilibrada que conduciría a la eficiencia del lenguaje, lo que predomina es la soledad de la escritura. La soledad de ese "lenguaje que nadie habla, que no se dirige a nadie, que no tiene centro, que no revela nada". La escritura es donde se funden a temperaturas altísimas las obsesiones, alegrías, traumas y otros encantamientos. Cada texto construye un hilo de agua sutil que, en cualquier momento, podría desbordarse. Quienes aquí participamos nos aferramos a cualquier resto (fragmento) de ese naufragio perpetuo que es la obra blanchotiana, no tanto para explicarla como para seguir su curso, para ver a dónde lleva. (fragmento de la Presentación, de Noelia Billi)