Las historias de Felisberto son las más extrañas que se puedan concebir, por eso, como dijeron de él, no se parece a ninguno. Escribió libros sobre recuerdos de infancia que se abren a otros recuerdos y a otros y a otros como un conjunto de cajas chinas; cuentos extraños de hombres cuyos ojos comienzan a dar una luz verdosa y pueden mirar en la oscuridad o de balcones que son celosos como amantes; historias de un hombre que llora sin motivo lágrimas de cocodrilo, o de una dama enorme que hizo inundar su casa y la recorre en bote mientras relata sin cesar su vida. Escribió fragmentos, relatos que retornan, ocurrencias, fábulas absurdas y trató de saber qué era un cuerpo, qué era un yo, quiénes eran esos dobles que parecen espejos vivientes y errantes en un mundo de claroscuros donde el silencio tiene el espesor de un desierto nocturno, con el lenguaje tentativo de los niños que inventan una lengua secreta.