Eugenia Flor es la muchacha que ordeña las vacas de la vereda. Todos los días me hace un regalo, a escondidas. Un día me regaló una gardenia, y la puso en la ventana de mi cuarto, la misma ventana que yo abro todas las mañanas para que entre el sol. Solo que en esta ocasión entró primero el perfume blanco de la gardenia, dulce y delgado, igual que una voz, la voz de Eugenia cuando canta mientras ordeña las vacas. Otro día me dio un regalo que me asustó: un cucarrón verde. Y lo puso debajo de mi almohada. Han sido tantos los regalos que Eugenia me deja en secreto que escribiría mi vida enumerándolos.
Una mañana iba subiendo por la montaña y sentí sed. Entonces apareció el regalo, a mi lado: una totuma de agua pura y fría, endulzada con flores de naranjo. Así son los regalos de Eugenia: un lápiz y una hoja blanca, una golondrina en el cielo, la luna en la noche cuando despierto de pronto y estoy solo. Hoy me ha regalado una escalera para subir al cielo.