«Marginal o taciturna, pero articulando un verso algo punk o punko (como decíase a veces) porque estaba hecho de la calle y de los parques de Lima y de la ansiedad de los años primigenios que lanzaron la realidad al caos. Que nadie se acuerde del año 77 quizás es comprensible, pero que nadie sepa qué pasó a partir de aquellos años ya es otra cosa difícil de admitir. A contrapelo de la deshistorización en curso, la poesía está escrita con la rabia del corazón (este bicho terco) y con la de la insurgencia, pues está hecha de frases pronunciadas a través de los peligrosos labios rojos que heredó del nadaísmo y del pelo negro y crespo y los borcegos, pues es un autorretrato en clave de manifiesto, sea en ralentí, sea a gritos, sea en micro. Sea como llamada a la sublevación de las sirvientas, sea como cita a la lluvia romántica de Manzanero en medio de la lluvia violenta de la represión, todo cuanto cae de ese cielo ya es el pasado y es por eso el tiempo contemporáneo, es grisura y desmesura, memoria agridulce pero en absoluto nostalgia (porque acaso no lo resolvió Pacheco ya hace tanto: de ese horror quién puede tener nostalgia), aunque de ahí resurja la belleza y la visión de una voz que libró estas batallas caminando la ciudad y salmodiando oraciones para todos los demás, es decir, para todxs nosotrxs. Porque qué otra cosa es esta escritura sino el alucinado sueño histórico de una época que soñó con todas las demás que habían de venir. Y que un día terminarán viniendo.» ?Rodrigo Quijano / mayo, 2024.