En el tono medio entre ?las palabras iniciales? y ?el final del coro?, Celeste del Carpio Bramsen compone una sinfonía que transita el campo y la ciudad, la infancia y la adultez, el yo y el nosotros. El movimiento de la juventud construye una arquitectura habitable, a pesar de la inestabilidad. ?Cuando no tenemos a dónde ir es cuando empezamos a caminar?, o a escribir poemas, hacer versiones, armar un primer libro. El acontecimiento de dirigirse hacia un no lugar. No hay un objetivo claro en el recorrido de este espacio textual. Sin país, sin ciudad, sin casa, Arcos metropolitanos es la escritura de la falta, la ruptura, el desvío.
CAYRE ALFARO FONSECA
Más cerca de las luces del norte que de cualquier ciudad del Perú, Celeste del Carpio Bramsen nos entrega un conjunto de poemas que se leen como una carta de amor y contemplación de las ruinas donde el último bastión de resistencia es el lenguaje. Ese primer idioma que determina la forma en que comprende el mundo y que se alimenta de la distancia. ?No, este no es mi país, en mi país la velocidad del dolor es diferente? dice la autora en uno de los primeros poemas. ?No podrías entenderme si te digo que las cosas más importantes me han ocurrido en los poemas, no hay otro horizonte? sentencia en otro. Arcos metropolitanos nos presenta una voz segura de sí, firme, desarraigada, que se funde con naturalidad entre los paisajes de Lejre y Solrod. Un yo audaz que ama, reclama, enfurece y promete; que es capaz de librarnos, al menos por un rato, de las luces artificiales para mostrarnos su propio cielo boreal.
MARÍA JOSÉ CARO