Último film, dice Béla Tarr sobre El caballo de Turín. No entendemos con ello el film del fin de los tiempos, la descripción de un presente más allá del cual ya no hay más futuro que esperar. Más bien es el film antes del cual no es posible regresar: el que lleva el esquema de la repetición interrumpida a sus elementos primarios y la lucha de cada ser contra su destino a su último punto de apoyo y que, al mismo tiempo, hace de cualquier otro filme sencillamente un film más, un injerto más del mismo esquema en otra historia. Haber hecho su último film no es entrar forzosamente en el tiempo en que ya no es posible filmar. El tiempo después del final es más bien aquel donde se sabe que en cada nuevo film se planteará la misma pregunta: ¿por qué hacer un film más sobre una historia que, en su principio, es siempre la misma? Podríamos sugerir que es porque la exploración de las situaciones que esa historia idéntica puede determinar es tan infinita como la constancia con la que los individuos se dedican a soportarla. La última mañana es todavía una mañana previa y el último film todavía es un film más. El círculo cerrado está siempre abierto.