La caja televisiva no es el instrumento de consumo masivo que marca la muerte del gran arte. Más profundamente, más irónicamente, es el artefacto visual que suprime la distancia mimética y realiza, a su modo, el proyecto panestético del nuevo arte de la presencia sensible inmediata. Este artefacto no anula la potencia del cine sino su impotencia. Anula el trabajo de la contrariedad que siempre animó sus fábulas. Y la tarea del director de cine consiste en darle una vuelta de tuerca a ese juego mediante el cual la televisión consuma al cine. Un interminable lamento contemporáneo nos supone testigos de la muerte programada de las imágenes en el artefacto informativo y publicitario. Aquí optamos por el punto de vista opuesto: mostrar cómo el arte de las imágenes y su pensamiento no dejan de nutrirse de aquello que los contraría.