«Lo que me animó fue el deseo natural en todo poeta joven de publicar un
libro de poemas, pero también el de publicar a un autor como parte de la ficción
propuesta por el libro. Me explico. Cualquiera que haya frecuentado las páginas
de Cuadernos se dará cuenta de que no se trata de un libro unitario, ni que está
escrito en un estilo único y reconocible (el sueño del lenguaje propio). Hay, más
bien, una secuencia de poemas algunos breves y epigramáticos, otros más
extensos, pequeñas historias, centones, páginas de un diario y hasta una
novelita en tres capítulos. Cuando me vi con ese material tan heterogéneo pensé
que si quería darle alguna unidad debía atribuírselo a un personaje ficticio, a un
autor que no tuvo el tiempo necesario para editar sus propios trabajos. Eso me
dio la libertad que necesitaba para inventar el personaje, otorgarle un nombre,
editar el libro y diseñar la cubierta».