Claude Lévi-Strauss hizo cinco viajes a Japón entre 1977 y 1988. Ya en el prefacio a la edición japonesa de
Tristes trópicos había confesado: «Ninguna influencia contribuyó tan precozmente a mi formación intelectual y moral
como la de la civilización japonesa». En verdad, ¿qué representaba esa cultura para un occidental como Lévi-Strauss?
Para él atesoraba algunas lecciones incomparables. En particular, que para vivir en el presente no es necesario odiar
ni destruir el pasado y que es una cultura consciente de que la humanidad ocupa esta tierra provisionalmente: este
breve tránsito no le concede ningún derecho a causar daños irreversibles en un universo que existía antes que ella y
que continuará existiendo mucho después.