La historia que cuento aquí es la de todo el mundo...
Pues ¿Quién no se sintió cansado, con el paso de los días, del espectáculo tan maravilloso del cielo, del rostro de la Amante, e incluso, en primer lugar, de estar con vida?
Uno se cansa de ello porque ya no espera -no escucha- nada más.
Lo que se expone siempre vuelve, se estanca en efecto en su presencia y en su recurrencia y ya no emerge, no aparece más. No podremos acceder a ello sino descubriendo lo in-audito que allí se ha ocultado. No por una superación en un Más allá, sino por un desborde de nuestra experiencia. Es decir, abriendo una brecha en sus marcos constituidos y regulados, liberando así lo que allí se revela como diferente y que entonces se hace encontrar. De tal modo, devolver esa tan agotadora realidad a lo no integrable que contiene en sí misma, y por ende a lo vertiginoso, a lo propiamente inaudito, antes de toda moral, es aquello en torno a lo cual se juegan -oscilan- nuestras existencias.
Lo inaudito se torna pues el concepto primario, el concepto clave, que abre un mínimo metafísico donde se efectúa, aquí y ahora, semejante transformación.
Pues ¿Qué otra cosa podemos esperar -esperar oír de otro- más que lo inaudito?