En mérito al embalaje rítmico y sonoro con que el autor trafica elementos del paisaje urbano, de otra forma inapropiados para ojos y sensibilidades sin calibrar; por conseguir una poesía que omite palabras que tanto desmerecen como «azur», «inefable» o «pueblo», las cuales suelen pintar la lengua con colorante; por la supresión de letras capitales y signos de puntuación y epígrafes y estatuas ecuestres y mitras cardenalicias; al mismo tiempo por destacar la disposición espacial de los versos, disciplinados, eso sí, pero relegados al final de la caja, algo que captura la atención y propicia comentarios diversos, como un accidente de tránsito en hora punta.