Este libro se interroga sobre la manera en que se representa a los pueblos: cuestión indisolublemente estética y política. Hoy los pueblos parecen más expuestos que nunca. Están, en realidad, subexpuestos en la sombra de sus puestas bajo la censura o -con un resultado de invisibilidad equivalente- sobreexpuestos en la luz artificial de sus puestas en espectáculo. En una palabra, están, como ocurre con demasiada frecuencia, expuestos a desaparecer.
Sobre la base de las exigencias planteadas por Walter Benjamin (una historia solo vale si da voz a los sin nombre) o Hannah Arendt (una política solo vale si hace surgir aunque sea una parcela de humanidad), se examinan aquí las condiciones de una posible representación de los pueblos. Examen que pasa menos por la historia del retrato de grupo holandés y los retratos de tropas totalitarios que por la atención específica prestada a los pueblos humildes por los poetas (Villon, Hugo, Baudelaire, por ejemplo); los pintores (Rembrandt, Goya o Gustave Courbet); los fotógrafos (Walker Evans, August Sander o, un ejemplo contemporáneo, Philippe Bazin).
El cine, por su parte, llama figurantes a los pueblos humildes frente a los cuales obran y se agitan los actores protagónicos, las stars, como suele decirse. De allí que los figurantes encarnen un objetivo crucial, histórico y político del cine mismo desde su nacimiento -La salida de los obreros de la fábrica Lumière- hasta sus elaboraciones modernas en Eisenstein o Rossellini, e incluso mucho más allá. Un extenso análisis se dedica aquí al trabajo de Pier Paolo Pasolini y su manera de recuperar a los pueblos perdidos en sus gestos sobrevivientes, conforme a un proceso que permite esclarecer los análisis de Erich Auerbach (para las formas poéticas), Aby Warburg (para las formas visuales) y Ernesto de Martino (para las formas sociales). Sin olvidar algunos ejemplos más contemporáneos, como el filme del realizador chino Wang Bing titulado, precisamente, El hombre sin nombre