Entre 1975 y 1976, en mis diecinueve y veinte años, comencé a llenar con
poemas así, no titulados un cuaderno espiral originalmente comprado para las
clases en San Marcos. El invierno de Lima al que yo, viniendo de la cálida Piura, no
estaba acostumbrado me encerraba en la frigidez de mis cuatro paredes, donde
escribía cotidianamente los textos de lo que luego sería Something going. Recuerdo que
decidí ponerle dicho nombre porque no tenía muy claro de qué iba el poemario
disperso, extraviado, errático, era simplemente algo que estaba yendo, no sé bien
hacia dónde ni con qué objeto. Solo respondía de forma casi automática a la íntima
pulsión de escribir que poseía mi alma solitaria.