En Symbol, de Roger Santiváñez, lo conversacional va mucho más allá de donde llegaron los trabajos de montaje de voces y discursos en los sesenta, las radicalizaciones callejeras de los años setenta y los primeros acercamientos a lo lumpen en los años ochenta, y se sumerge en una corriente en la cual la más drástica lumpenización y el extremo dislocamiento provocan que no se pueda hallar sino fragmentos, restos o ruinas de dicho registro, así como de las utopías que implicaba: el lenguaje, si bien conserva huellas de su marca fundacional, es ya otra cosa.
LUIS FERNANDO CHUECA
Crear una microlengua para contrarrestar una crisis colectiva del lenguaje resulta aspiración que pocos poetas logran concretar. Un caso afortunado es el de Symbol, quizá el libro central de Roger Santiváñez, quien se acodó en la verba lumpen de la Lima nocturna, en sus exploraciones sensoriales por medio de estupefacientes duros y dramáticos episodios que sustentan la alianza entre los poetas y los criminales (como decía Hinostroza), para forjar una serie de textos que demostraron que había vida más allá del conversacionalismo. Más de treinta años después de su publicación, la propuesta de Symbol no ha sido superada: sus imágenes estridentes y opuestas del lado de la razón y del orden establecido siguen siendo tan sugestivas y rabiosas como cuando fueron concebidas entre el furor de las madrugadas de Villacampa, urbanización del Rímac: ahí Santiváñez decidió hacernos probar su filudo discurso desestabilizador, que regresa en esta necesaria edición. Celebremos juntos ese acontecimiento.